Hace unos meses os confesé que me ponía a dieta cargado de buenas intenciones con el comienzo del año. Os dije que os iría relatando los progresos desde esta buhardilla pero, como habréis comprobado, me asomo menos a ella que las inversiones del Gobierno a la comarca. El motivo no es otro que mi miedo al fracaso. Vaya, que mi reto con la báscula huele a gatillazo.
La cosa comenzó bien. Al impulso inicial se juntó que cogí en enero un gripazo de dos pares, y me pegué dos semanas a base de sopas, lo que ayudó a reducir barriga. Pero pasada la enfermedad me vine arriba y rescaté mi idilio con las tapas y los dulces. Y a mi cintura volvieron esas calorías tan necesarias para afrontar el duro invierno que hemos pasado.
Poco después retomé el ejercicio físico tras tres meses de pausa debido a una operación de hernia umbilical. Volví a calzarme las zapatillas y empecé a darle al running. Pero de poco vale tanto correr si uno no cierra el pico y hace dieta. Y así ando desde entonces, batallando con los kilos.
El 8 de junio, día de mi cumpleaños, me enfrentaré a la temida báscula. No cabrán más excusas. Luego, por la noche, celebraré con los míos que soy un año más viejo y, quién sabe, quizás unos kilos más gordo.
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