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Mostrando entradas de 2018

El año que me hice viejo

Se nos va 2018. Un año que me costará olvidar. Estresante donde los haya. Un año en el que he vuelto la mirada atrás. Un año que no echaré de menos, pero que siempre estará ahí. El año pasado llegué a la cuarentena y me dije a mí mismo que lo de la crisis de los 40 no iba conmigo. Qué equivocado estaba. En mi caso, la única diferencia es que me ha sacudido con un año de retraso. A los 41. Supongo que me di cuenta el día que fui a la peluquería y le dije a la peluquera que me pasara la maquinilla. Que a diferencia de los pelados anteriores, no hacía falta que recurriera a su magia para disimularme la calva. Que ya estaba bien de hacer el ridículo ocultando las entradas con los mechones largos de otras zonas de la cabeza, que luego el viento se empeñaba en destapar. Que ya era hora de llevar la calvicie con dignidad. Que Turquía podía esperar. Laboralmente, en cuanto a objetivos, 2018 ha sido un año magnífico. Pero demasiado cansino. Ya empezó con la confirmación de una amenaza

Subidón

El pasado viernes 8 de junio cumplí 41 años. Antes de empezar con la celebración, tocaba subirse a la báscula para comprobar los progresos en mi operación bikini y, la verdad, me llevé un subidón. Cuando empecé en enero mi batalla con las calorías (léase Soy fuertecito ) pesaba 78,050 kilos y ahora estoy en 72,350 kilos; es decir, he perdido en estos meses 5,7 kilos. En este tiempo he tenido altibajos pero, desde que confesé hace unas semanas mis dudas sobre los resultados (léase Huele a gatillazo ), lo cierto es que me lo he tomado bastante en serio y he reducido tripa. Sigo teniendo barriga cervecera pero menos. El método: hacer ejercicio, cenar poco (voy a aborrecer el hummus del Mercadona), y reducir todo lo posible los dulces y el alcohol. Vaya, pasarlo mal y con hambre.   Tras el alegrón del pesaje, como no podía ser de otra forma, me he pegado todo el fin de semana sin cerrar el pico. Pero no es plan de dejarse otra vez, así que me he fijado para el 8 de diciembre mi

Cuéntame una canción

Desde que dejé el periodismo en activo escucho más música. Antes para mí la radio sólo era otro medio para seguir enganchado a la actualidad informativa. Pero acabé bastante quemado de la profesión y para desintoxicarme desconecté de los debates y los informativos. Mi suegro Pepe Correa siempre me decía que el periodismo era como una droga, y qué razón tenía. Así que, desde hace cuatro años, en mi coche nada más que suenan canciones. Un idilio musical que ha pasado por diferentes etapas y géneros en función de mi estado de ánimo. Al principio empecé en plan radical y sintonizaba sólo emisoras tipo Los 40. Mi mujer lo llevaba fatal y me inquiría si estaba en una segunda adolescencia. Supongo que la idea era no pensar mucho y consumir canciones de moda de usar y tirar. Pese a ello, descubrí temas que me siguen acompañando en mis tardes de running con el ipod como Hey brother del malogrado Avicii, Habits de Tove Lo o  Little talks de Of Monsters and Men. También fue la época en

Huele a gatillazo

Hace unos meses os confesé que me ponía a dieta cargado de buenas intenciones con el comienzo del año. Os dije que os iría relatando los progresos desde esta buhardilla pero, como habréis comprobado, me asomo menos a ella que las inversiones del Gobierno a la comarca. El motivo no es otro que mi miedo al fracaso. Vaya, que mi reto con la báscula huele a gatillazo. La cosa comenzó bien. Al impulso inicial se juntó que cogí en enero un gripazo de dos pares, y me pegué dos semanas a base de sopas, lo que ayudó a reducir barriga. Pero pasada la enfermedad me vine arriba y rescaté mi idilio con las tapas y los dulces. Y a mi cintura volvieron esas calorías tan necesarias para afrontar el duro invierno que hemos pasado.  Poco después retomé el ejercicio físico tras tres meses de pausa debido a una operación de hernia umbilical. Volví a calzarme las zapatillas y empecé a darle al running. Pero de poco vale tanto correr si uno no cierra el pico y hace dieta. Y así ando desde enton

'The Wire'

Hace unos ocho años descubrí la serie televisiva 'The Wire' ('Bajo Escucha'). Vi la primera temporada y quedé fascinado con el enfoque realista del mundo del narcotráfico contado tanto desde el lado de la Policía como el de las mafias. Ambientada en Baltimore (Estados Unidos), la serie te sumerge en barrios marginales dominados por el negocio de las drogas, en la falta de medios de los agentes para combatirlo, en los tejemanejes de los políticos corruptos y en los laberintos del sistema judicial.   Un día me topé en una tienda con la serie completa en DVD y la compré pensando que no había mejor regalo para mi mujer, que también se había enganchado a 'The Wire'. Pero al poco nació nuestro hijo y la caja inmaculada con las cinco temporadas se quedó olvidada en uno de los estantes del despacho. Y allí se quedó hasta que hace unas semanas, harto de hacer zapping sin nada que ver en la televisión, me decidí a desembalar 'The Wire' para acabar esa histori

Soy fuertecito

"No estoy gordo. Soy fuertecito". Esta célebre frase de Eric Cartman, uno de los personajes de la serie South Park, la hago mía en este arranque de 2018 en el que me he puesto a dieta tal y como prometí. Ya ayer domingo empecé con la adaptación tras los excesos navideños a base de piña, ensalada y un sándwich mixto. Y hoy, para calibrar el reto que me espera, me he ido a la primera farmacia que he visto y me he subido a la báscula. Y para sorpresa mía me he llevado la primera alegría del año ya que, según la medición que me ha soltado el aparato, no tengo sobrepeso sino que estoy "normal" (qué peligro tiene este término). Mi peso es de 78,050 kilogramos y mido 1,75 metros, lo que arroja un 25 de Índice de Masa Corporal (IMC), dentro de la escala considerada "normal" según esta báscula. Al límite del sobrepeso pero "normal"; es decir, que no estoy gordo sino "fuertecito" como Cartman. Malas lenguas las de mis amigos y familiares qu