Infinidad de veces me he sentado delante del ordenador para intentar escribir esta entrada en mi blog. Cuando nos dejaste, cada vez que asaltas mis recuerdos, cuando te echo de menos. Hoy hace ya cinco años que te fuiste y vuelvo a enfrentarme a mis sentimientos, sabiendo que un nudo en la garganta va a acompañar cada tecla que pulse. Recordarte a ti Yaya quizá me anime en un futuro a afrontar el artículo más difícil que me queda por escribir en esta vida, el que le debo a tu hermana Rosi. El que no le escribí en vida y el que ahora no puedo porque no me atrevo. Demasiadas heridas abiertas que están lejos de cicatrizar por comportamientos que me generan dolor a diario. Sentimientos que mejor no afloren.
Fuiste protagonista de mi vida y a mi mente me vienen escenas tuyas que me marcaron. Te recuerdo siempre en la cocina de nuestra casa en la calle Convento dando las clases particulares por las tardes. Me ayudabas a hacer los deberes, mientras pasabas de Matemáticas a Lengua con los otros alumnos como si nada. Fumando tus cigarrillos Nobel. Dando esas caladas tan profundas y exhalando el humo de esa forma tan fina. Siempre fuiste la fumadora con más elegancia que he conocido.
Nunca podré olvidar la fiesta de graduación de Los Pinos, cuando acabamos el BUP. Viniste al acto y luego te hiciste una foto conmigo y con mi compañero de clase Ale. Posaste orgullosa. Siempre he pensado que más de Ale que de mí. Porque yo siempre fui buen estudiante y con él te esforzabas al máximo en tus clases particulares para que pasara de curso. Y nunca me importó. Todo lo contrario. Me encantó verte tan contenta y satisfecha esa noche.
Te recuerdo corriendo, medio asfixiada, por el paseíto de la playa del Rinconcillo ese septiembre para darme la noticia de que había aprobado la última asignatura de Periodismo que me quedaba y que ya había acabado la carrera universitaria. Un compañero llamó a casa para decírmelo y tú cogiste el teléfono. Luego, junto a tito Pepe, me regalaste un reloj Longines. El mismo que no me he quitado de la muñeca desde entonces y que me seguirá acompañando en este trayecto vital. Porque cada vez que miro la hora me acuerdo de ti.
Recuerdo la fortaleza con la que te enfrentaste a la enfermedad tantos años de tu vida. La ilusión que te hizo ese artículo que te dediqué en el periódico cuando superaste la operación en Estepona. O lo alegre que te pusiste cuando nació mi hijo Felipe. Porque tu hermana iba a poder disfrutar de un nieto. Entonces me dijiste que ya te podías morir tranquila. Que la vida te había dado un regalo que no esperabas. Pero tú eras una guerrera y viste a Felipe crecer hasta casi hacer la Comunión. Entonces tu cuerpo dijo basta y te fuiste rodeada de los tuyos. Lo que nadie podía imaginar es que, pocos meses después, la misma enfermedad se iba a llevar también a tu hermana y que la vida iba a ser tan cruel de dejarme sin mis dos madres en tan poco tiempo. Hoy, como todos los días, os echo de menos.
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