Los que siguen La buhardilla saben que me he mostrado
contrario a la política del Gobierno español respecto a Gibraltar. Miles de personas
sufren la presión de los controles en la Verja, mientras no se avanza en un
diálogo que redunde en un beneficio mutuo. Pero como todo en esta vida, nada es
blanco o negro. Todos son matices de grises y, aunque no comparto la estrategia
del PP, la puedo llegar a entender. Hay que echar la vista atrás para ver cómo
se desató la actual crisis. Retornar al día en que el ministro principal de
Gibraltar, Fabian Picardo, decidió arrojar los bloques de hormigón a la bahía.
Picardo echó un órdago para centrar la atención sobre las aguas territoriales.
Supongo que intuye que una futura resolución internacional le puede dar la
razón. Entiendo por ello que tampoco le ha cogido por sorpresa la reacción
española a través de las colas. Ahora, la actual disputa nos perjudica a todos.
También dentro del Peñón, donde los negocios yanitos se están resintiendo. ¿Ha
valido la pena? Creo que no, por lo que no estaría de más que Picardo diera un
paso práctico, al margen de gestos y buenas intenciones, para reconducir la
situación.
Soy partidario de superar el Tratado de Utrecht, por
desfasado, y articular otro marco en las relaciones. Pero no vale obviar lo que
no interesa de Utrecht y aferrarse a lo que sí conviene, como que España cedió
“para siempre” Gibraltar al Reino Unido. Porque si este apartado del artículo X
es válido, también lo es que el Peñón sólo tiene potestad sobre las aguas
interiores del puerto o que el istmo donde se asienta el aeropuerto fue ocupado
ilegalmente. E intentar sortear esto amparándose en resoluciones
internacionales posteriores supone saltarse las reglas del juego que en su día se
firmaron.
Ciudadanos pasean junto a una cabina en Gibraltar. |
Utrecht prohibía que moros y judíos residieran en
Gibraltar, así como la libre comunicación por tierra con España. Un anacronismo
y una barbaridad a día de hoy. Pero si esto lo es, ¿por qué no lo es también la
cesión de la Roca? Por ello no es de extrañar el interés legítimo de muchos
españoles de recuperar la soberanía, aunque sea a costa de fastidiar a muchos
de los que aquí viven.
Reino Unido y Gibraltar ejercen de facto el control sobre las aguas que rodean la Roca. De lo contrario, España ya habría retirado los bloques, habría impedido rellenos pasados y no habría consentido los choques entre las patrulleras. Pero Picardo quiso ir más allá y clavó un pica en la bahía argumentando que son sus aguas, que ese caladero no está reconocido por la Junta, que sólo pescaba un barco y que ya estaba esquilmado. Y si es así, ¿qué necesidad había de esa bravuconada con los bloques?
Reino Unido y Gibraltar ejercen de facto el control sobre las aguas que rodean la Roca. De lo contrario, España ya habría retirado los bloques, habría impedido rellenos pasados y no habría consentido los choques entre las patrulleras. Pero Picardo quiso ir más allá y clavó un pica en la bahía argumentando que son sus aguas, que ese caladero no está reconocido por la Junta, que sólo pescaba un barco y que ya estaba esquilmado. Y si es así, ¿qué necesidad había de esa bravuconada con los bloques?
Ahora, con la llegada del nuevo jefe de la diplomacia británica, Philip Hammond, y el anuncio de su homólogo español, García-Margallo, de retomar el diálogo con Reino Unido mediante la creación de "grupos ad hoc de geometría variable", creo que es el momento de avanzar en la crisis. Para que Picardo demuestre que realmente quiere un crecimiento conjunto. Para dejarse de victimismos. Para dejar atrás los egos y participar en una mesa a cuatro bandas con la Junta de Andalucía, que es la que tiene la competencia en sanidad o medio ambiente. Es la hora de demostrar las palabras con hechos.
Cuando se firmó el Tratado de Utrecht no se habían firmado los tratados internacionales que regulan las aguas territoriales. Esos tratados internacionales fueron firmados por España y Reino Unido, y por ello Gibraltar tiene, por derecho, aguas territoriales. Por ese motivo, España se niega a ir a un tribunal internacional a que haga de árbitro y resuelva conforme al Derecho Internacional, porque sabe que tiene las de perder. Por otra parte, como bien has dicho, hay regulaciones anacrónicas en Utrecht, como la prohibición a residir a moros o judíos, y por eso también lo de las aguas es una anacronía. Como he leído argumentar a muchos gibraltareños, entre ellos Peter Caruana, nadie está de acuerdo con que Reino Unido y Holanda tomaran por la fuerza Gibraltar en 1704, pero tampoco los gibraltareños actuales tienen la culpa de esa conquista, y creo que tienen un derecho más que sobrado de decidir sobre ellos mismos. Quizá, si España fuera a un tribunal internacional, incluso invalidaría la cláusula de retrocesión, por ser algo totalmente anacrónico.
ResponderEliminarTodo está en el Derecho Internacional, el problema es que el patriotismo, como decía el Catedrático de Derecho Internacional Público Remiro Brotóns, es la peste de cualquier país, porque nubla las aspiraciones posibles y dificultan el diálogo. Mientras España mantenga su diálogo soberanista sobre Gibraltar (algo que no cambiará porque la opinión pública española se comería a quien cambiara el discurso) será difícil llegar a acuerdos.
La verdad es que da gusto ver exposiciones tan razonadas como la tuya Álvaro. Lo único que tengo claro es que mientras no se sienten a dialogar las partes nunca avanzaremos.
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